martes, 23 de agosto de 2011

"Breve anécdota de don Luis Carrera en Buenos Aires"

 En 1815 se encontraba en Buenos Aires don Luis Carrera. Asistió una noche al único teatro que había entonces, inmediato a la iglesia de la Merced y que ha desaparecido. Se representaba El chismoso, comedia de costumbres, cuyo protagonista desempeñaba el célebre actor Ambrosio Morante.
Don Luis ocupaba una luneta bajo un palco en que estaba una familia con varios niños de corta edad. Como era natural, y por el poco cuidado de sus padres, no sólo hacían ruido con sus conversaciones, sino también con sus continuos movimientos, subiendo y bajando a la barandilla del palco.
La situación que ocupaba Carrera y el poco cuidado que se tenía con los niños lo hizo fijarse, previendo lo que no podía menos de suceder. En una disputa por ocupar el lugar más alto, uno de ellos, de edad de tres o cuatro años, cayó a la platea.
Apenas lo vio Carrera, y aun antes de que la madre diera un grito, se puso de pie para recibirlo. La poca altura del palco y su talla aventajada facilitaron la operación, pero no sin que al vecino que tenía a su izquierda le pisara un pie con fuerza.
Esa persona desahogó su dolor diciendo:
-¡Badulaque!
Mientras, don Luis ponía al niño en manos de su padre, subiéndose para esto sobre su asiento.
Enseguida se dio vuelta y preguntó al sujeto aquél:
-¿Con quién habla usted?
-Con usted, por impolítico.
Carrera dio por única contestación a su interlocutor un gran bofetón a mano abierta que resonó en todo el teatro.
El público, sobre todo el de la platea, se levantó para gritar contra el que aparecía como único agresor, pues las pocas personas que estaban en autos de lo sucedido no podían hacerse oír ni tomaban en esto mucho empeño por temor a la inmensa mayoría, prevenida contra Carrera por imputaciones calumniosas, y aún no desvanecidas del todo, sobre su lealtad en el desafío con el coronel Mackenna; a lo que debe allegarse que el abofeteado era argentino... Éste a su vez había hecho uso de su bastón, pero con poco éxito.
La representación fue interrumpida por algunos minutos.
Esto sucedía en el último acto de la comedia. Durante el intermedio y el sainete -La muerte del diablo- ninguno de los dos contendores se movió de su asiento, atrayendo sobre sí todas las miradas del público.
Concluida la función, don Luis esperó para salir que se despejase la platea: pero viendo que nadie se movía y que manifestaba cierta impaciencia en el público, se dirigió a la única puerta que tenía el teatro; pero antes de salir a la calle, una voz dijo, dirigiéndose al piquete de guardia:
-¡Ése es, sujétenlo!
Apenas oyó esto Carrera, se dirigió a la pared de la izquierda, que daba frente a la guardia, y metiendo ambas manos a los bolsillos de los pantalones, como en ademán de sacar armas, contestó, mirando a la concurrencia:
-¿Quién me sujeta?
Todos los curiosos estaban del lado de adentro del teatro, y en el zaguán sólo se veían la guardia y Carrera. La actitud amenazante de éste impuso a todo el mundo, pero no era esto sólo: el padre del niño, después, de darle las gracias desde el palco, bajó a la platea, y, acercándose a todos los corrillos, contaba conmovido el suceso; por consiguiente se había efectuado una reacción, en una parte del público, favorable a Carrera.
A su pregunta, y después de un corto silencio, el mayor Ramírez, que más tarde conocimos de coronel de artillería (año 25), contestó:
-Señor Carrera: si usted da su palabra de presentarse mañana a las 12 en la comandancia de armas, puede retirarse sin ningún inconveniente.
-¡Corriente! -contestó Carrera.
Y todo concluyó esa noche. Al siguiente día concurrió a la cita. Lo esperaban su adversario, el padre del niño y éste mismo, que al ver a Carrera corrió a él presentándole un ramo de flores y pidiéndole, a nombre de su madre, permiso para besarle las manos.
Las primeras palabras de la entrevista fueron agresivas por ambas partes; pero todo se arregló amigablemente por el interés que en ello tomaron aun personas extrañas. Se exigió a los dos actores que dejaran al menos por un mes de concurrir al teatro. Carrera contestó:
-¡Anoche me he despedido del teatro para siempre!

(Fragmento del libro RECUERDOS DE 30 AÑOS, de don José Zapiola)

lunes, 22 de agosto de 2011

RESEÑA Y TRIBUTO A DON MANUEL ROBLES; COMPOSITOR DE NUESTRO PRIMER HIMNO PATRIO, A MI PARECER; EL MÂS HERMOSO:

Aunque pocos lo recuerdan; y pocos hemos tenido el honor de haberlo escuchado; el actual himno nacional fue compuesto en 1827 por el catalán Ramón Carnicer, sobre un texto de Eusebio Lillo. Sin embargo, existe un himno patrio anterior, que fue solicitado por el entonces Ministro plenipotenciario de Chile en Londres, Don Mariano Egaña, al chileno Manuel Robles, quien lo compuso en 1819.
Esta primera canción patria surgió a pedido del gobierno, que, por medio de un decreto, encargó la creación de la música y el texto al chileno Manuel Robles y al argentino Bernardo Vera y Pintado, respectivamente.
El himno patrio se estrenó en sociedad el 20 de agosto de 1820 en el Teatro de don Domingo Artega, ubicado en la calle de la Compañía con Plazuela O’Higgins. Pero fue cantado sólo hasta 1828, cuando la música de Carnicer reemplazó de manera definitiva a la de Robles, ante las críticas sistemáticas de la elite de la época. Luego de esto, Manuel Robles pasó al olvido.

Robles nació en Renca el 6 de noviembre de 1780, hijo de un profesor de música y una maestra de baile. En 1824 viajó a Buenos Aires junto a don José Zapiola, volviendo al año siguiente. Una vez en el país contrae matrimonio y forma una filarmónica en el café Melgarejo. Según señala el historiador de la música chilena, Eugenio Pereira Salas, Robles murió en agosto de 1837 en la más absoluta miseria. (RECUERDOS DE TREINTA AÑOS, Don Josè Zapiola).
A esta información se suma lo que señaló en 1869 el editor del periódico Las Bellas Artes, don Juan Jacobo Thomson. Según éste, el señor Manuel Robles fue un avezado violinista cuya fama se granjeó con el himno en cuestión, pero que no pasaba más allá de esta obra coyuntural, pues no tuvo mayores cualidades para sobresalir como intérprete.  Del himno compuesto por Robles; agrega; no se guardó copia escrita hasta que José Zapiola se ofreció para transcribir el recuerdo que de él tenía, a mediados de 1867. Sólo este hecho permitió que, a partir de octubre de 1868, la composición de Robles ingresara a la historia.

***Para quienes deseen escuchar este hermoso Himno Patrio; sòlo deben ingresar a esta direcciòn:

domingo, 21 de agosto de 2011

Calles del Ayer: Hoy Calle ESMERALDA, Ayer "CALLE DE LAS RAMADAS"




Cuando surgió al trajín, con sus casas de quincha que había en la ciudad, en las noches, sus chiribitiles ocultaban sombras siniestras de poncho y cuchillo. Pero su cercanía a la plaza del basural, (Mercado Central) la hizo la arteria del pobrerío sosegado, que nada quería con la justicia.
Llegaba hasta allí, huraña y oblicua, continuando el antiguo límite de la capital que empezaba en la calle de los TRES MONTES.
La callejuela, con sus barrizales en el invierno y sus nubes de polvo en el verano, parecía la prolongación del cascajal del Río por su aspecto sucio y desamparado. A la vera del camino, hombres del pueblo dormían su borrachera, con los velludos pechos al sol, y otros en pequeños grupos, jugaban a los naipes y tabas, mientras los chiquillos disputaban las clavadas de los trompos, riñendo porque estaba “cebito” o porque estaba “cucarro”.

Algunas mujeres, en las puertas de los ranchos soltaban sus moños de trueno para asolear las matas negras de cabellos, como los ricos hacían con su plata en los pellones. La vida íntima salía a la calle en los tendidos de ropa blanca y en las cocinerias de los braseros. Las comadres terminaban sus grescas disparando pedruscos a los chanchos invasores. Más tarde, los vecinos aprovecharon su proximidad a la Plazuela de Santo Domingo para adquirir el pescado de primera mano, y establecer ventorrillos de fritangas, que fueron muy favorecidos por los abasteros y comerciantes del centro.

La Juana Carrión, a fin de atraer a su puesto mayor numero de parroquianos, hizo a su hija cantar en la guitarra tiernas y maliciosas tonadas para “entretener el oído”. La vecina, viendo el éxito, la imitó y lo mismo la del frente, la de mas allá, hasta que, al poco tiempo, la calle entera se animo de cantos y rasgueos y tubo asiduos clientes en los viejos verdes y mozalbetes, quienes, al concertarse para ir a una sandunga, no decían vamos a las chinganas sino “vamos a las ramadas”, de donde vino el origen del nombre.

Años después ensanchose la calle en su centro y formó una plazuela que se rodeo de pintorescas casas, y vino a servir de estación al Puente de Palo de la Recoleta. La principal de esas casas clavo su pilar de piedra en la esquina norponiente, y al abrir en las tardes sus caladas celosías de madera, dejo aire al perfume de sus flores y cielo al canto de sus pájaros.

Frente a la plazuela, se levanto un barracon en el que se efectuaron, en el año 1818, las primeras representaciones de comedia en Santiago, siendo empresario don Domingo Arteaga. Era este un corral que tenia en el fondo un tablado cubierto de telas de saco y llamado por el publico “Espejo de la vida”.
Estas funciones dieron mucha animación a la plazuela por el gentío que acudía a sus tendales y mesones, instalados para el expendio, en los entreactos, de bebidas y dulces.

Los vecinos copetudos llegaban al teatro precedidos de sus criados negros que cargaban en hombros las silletas y cojines, para colocarlos en “los cuartos”, o sea, en los espacios desde donde seguirían el curso de la comedia.
El pueblo quedaba atrás, en la cazuela, y se disponía a recoger, con supersticiosa gravedad, en cada palabra del actor la sentencia que haría luz en su entendimiento al señalar el castigo que habría de caer sobre el criado mentiroso, el amigo fingido y el despensero ladrón.
Tampoco faltaba entre los protagonistas un gobernador que se descuidaba del buen gobierno de su republica, ni un padre sin carácter para refrenar la libertad de sus hijos.
A pesar de ser estas representaciones ejemplares, un libro que enseñaba a bien vivir, apenas la función terminaba la gente se iba a las ramadas a empezar la noche de los danzantes, en la que caballeros y campesinos sacaban chispas al zapateo de punta y taco.

En los primeros días septembrinos de 1830 un vientecillo juguetón infla las alas azules de la capa de don Diego Portales, y el popular Ministro inaugura en la casa esquina una “Filarmónica”, en remedo al salón de baile, del mismo nombre, situado en la calle de Santo Domingo, en el que se reunía la mejor sociedad de la capital. Don Diego gustaba tañer en el arpa la zamacueca, lo que hacia con primor, y muy rara vez. Solo en medio de sus íntimos azuzaba el genio con los recuerdos de una saturnal de malambo, y se ponía a danzar el baile indígena, aprendido en Lima.
Los domingos, que era el día preferido de don Diego, la “Filarmónica” de las Ramadas ostentaba en su frontis la luminaria de fiesta, y la calle se llenaba con los rumores del arpa y la vihuela. Las convidadas eran niñas alegres, pero no de mala vida, fervorosas del rosario y de la zamba a un mismo tiempo; los convidados, sus correligionarios de la tertulia política y algunos jóvenes oficiales del Cuerpo de Vigilantes.
Don Diego era el alma de esas reuniones nocturnas, donde hablaba con vehemencia de los sucesos políticos, y con extrema veleidad pasaba de los impulsos de una violenta cólera a una alegría casi infantil.
En una de estas veladas, un amigo le insto a que dejase “SU incomprensible desinterés” y derrocara al General Prieto.
Portales se encogió de hombros ante la insinuación y con sonrisa burlona respondió:
-iQuè! ¿Quiere usted que yo cambie la Presidencia por una zamacueca?

La “Filarmónica” derramaba por su balcón volado torrentes de música y de palmoteos que se perdían en la callejuela obscura. La tonada salía de allí viva en asuntos de amor, y como la chispa del cuento infantil, antes de apagarse, suplicaba que le aplicasen de nuevo una pajita para encenderse mas.

Así, al tañer de la guitarra, se repetía el aire con distinta letra y la melodía brotaba henchida de sollozos, como un canto de desesperanzas o llena de estremecimientos voluptuosos, que luego la calle recogía para hacerla pulsación de su sentimiento. Al amanecer se veía escotero de las murallas a un embozado, de rara belleza varonil, que dejaba entrever por el sombrero de castor una nariz que parecía huronear la media luz gozosa y virginal.

Don Diego Portales era el principal subscriptor de la “Filarmónica” y costeaba sus gastos con tres onzas mensuales. Las buenas mozas le apreciaban por ser el mas vivo y chistoso mantenedor de los picholeos, aunque poco bebía y en rara ocasión bailaba.

La calle cuidò la ascendencia ilustre en los años posteriores, y sus casas fueron alegres y misteriosas a la vez, españolas y moras, con balcones salientes y corridos, como la del edil don Antonio Vidal, en el eriazo, frente a la plazuela donde estuvo el primer teatro de comedia.
Había ojos que atisbaban por las celosías o el criollo “mucharabied”. Había menestras y vinos dulces en las puertas de esquina. En los portalones enroñados, jaulas de pájaros cantores y escaleras clandestinas. En la tertulia, ponche “con malicia” ‘y matecito dorado de las monjas.

Las continuas visitas que los cadetes de la Escuela Militar del año 1900 hacían a “las Copuchas”, aquellas niñas buenas y condescendientes, cuyos redondos y frescos cachetes tanto celebraran, mantuvieron todavía por algún tiempo el aire galante de las plumas y entorchados.

Portales había sido el primero en llevar allí a oír tonadas olorosas a campo y soledad a los jóvenes oficiales cívicos de su gobierno dictatorial. Las parrandas en esos ranchos le hacían amar la guitarra del país, las buenas voces que vibraban el quejido amoroso con intima ternura, durante noches enteras.
El nombre actual de la calle recuerda la gloriosa corbeta ESMERALDA en la que Arturo Prat se inmolara.

De su pasado colonial solo queda la casa esquina de la “Filarmónica”, cuyo balcón volado avanza sobre la calle y se sostiene arrogante en el pilar de piedra. Hay una sombra misteriosa que la protege de las acechanzas de la barreta demoledora. Las rejas de sus ventanas son de la antigua forja vizcaína, colocadas allí, como piezas de museo, para dar la sugestión del ambiente. Una de ellas pertenecía al típico balconete desde el cual el Corregidor Zañartu vigilaba la construcción del Puente de Cal y Canto.

En el frente, que da a la plazuela, donde añora una auténtica pila el romance ido, esta el escudo del linaje, labrado en piedra, de aquel hombre singular.

La “Filarmónica” de Portales es hoy la “Posada del Corregidor”.
Aunque ninguna relación tiene su nombre con el célebre justicia mayor de la ciudad, ese bautismo ha servido para recordarlo en la urbe arrolladora, vinculándolo a la plazuela donde, más de una vez, hizo un alto con los celadores de su ronda. Bajo el rustico artesonado, cuando arden los velones de la cena, cobra la posada el prestigio de los antiguos mesones castellanos. Es la “peña” de los poetas y pintores, que sonríen del pasado y deshumanizan el alma de las cosas. En el claroscuro, lindas mujeres, de siluetas estilizadas, lloran sutilmente la ausencia del romance.
Y cuando el arte menos se entiende en la noche tibia y fragante, la risa irónica de don Diego Portales estalla en el rasgueo de las guitarras criollas con la auténtica gracia del viejo Chile de “las Ramadas”.

A los que en algún momento se encuentren cercanos a la calle “Esmeralda” por favor entreguen un minuto de su tiempo y deleiten su vista con esa hermosa “Filarmónica “ que aun se mantiene en pie y sientan la energía anacrónica que todavìa irradia este pequeño espacio de nuestro SANTIAGO QUERIDO…


Fuente bibliográfica SANTIAGO CALLES VIEJAS, de Sady Zañartu.

Calles del Ayer: Hoy Calle BANDERA, Ayer "CALLE DE LA BANDERA"


El antiguo cabildante don Pedro Chacon y Morales era uno de esos honorables comerciantes perseguidos en el régimen pasado y que clamaban por el advenimiento de un mundo mejor, en el que hubiesen
menos alcabalas y almojarifazgos, y mas libertad de comercio con el extranjero.

Su tienda, situada en esta calle, esquina con la de los Huérfanos, estaba atestada de ruanes, bretafias, hilos de oro y plata, creas, choletas, zangaletas y una infinidad de artículos de procedencia francesa
que, por la pobreza general, nadie compraba.

El nuevo estado de cosas prometía una vida nacional mas activa y con menos trabas que el régimen fenecido; pero don Pedro solo veía pasar las horas tras el mesón de la tienda, amodorrado y triste. Las antiguas
parroquianas godas (españolas), que gastaban calesa en su puerta, habían desaparecido, y las nuevas parroquianas patriotas querían que les dieran las cosas de balde.

Al atardecer salía a la puerta a inquirir noticias de la situación con las personas conocidas que pasaban por el frente:
-¿Como marchan los pedidos, mi señor don Pedro?
-¿Como? ¿como? -respondía, sorprendido con la pregunta-. Muy mal, muy mal. Nadie compra. Ni un peso chivateado entra en el cajón.
-¿Y- que piensa?
-i Que así no se hace Patria! óigalo bien. Así no se hace Patria! Hay que comprar, mi señor. Hay que hacer sonar la plata, sacarla de los
chivos donde està enterrada, y que tintinee como las espuelas, y que corra! que vuelva otra vez la confianza. . Contimas tengo entre cejas
una gran idea, que con el favor de Dios ...
Y nadie le sacaba a don Pedro una palabra más. Con su cara bonachona y despreocupada, inducía a los transeúntes a esperar la gran idea salvadora, que cada día abultaba su cuerpazo, metido en una camisa con
valonillas muy ajadas.

¿Cuál seria la gran idea de don Pedro para mejorar los tiempos?, se preguntaban sus amigos unos a otros. Y se les figuraba verlo en las Cajas de Ministro de Hacienda.

-iVaya! Al fin será el hombre que el país necesita. Prudente y Patriota. Por ejemplo, ahora en su tienda no fía a nadie un centavo de las mercaderías que guarda en la bodega.
Don Pedro con su gran idea, que aun no salía a luz, era ya un monumento.
En la calle atravesada de la Compañia la vida continuaba siempre igual, y solo la campanita angustiosa de las Capuchinas irrumpía en el silencio de medianoche, clamando a los devotos de su Niño Dios por una
limosna.

Don Pedro, durante su paseo matinal hasta las barandas del Puente (Puente de Calicanto),
iba y volvía por la misma calle. Entraba a orar en la iglesia de las Capuchinas, que se levantaba en la esquina poniente de las Rosas. En la plazoleta destartalada, en un rincón de malvaviscos, se veía en una-urna
de madera la escultura del Señor atado a la columna. Sacaba el comerciante de la faltriquera un velón de sebo que colocaba en el farol que pendía de su techo y lo encendía piadoso. Luego, se acercaba a la puerta
del monasterio, depositaba un puñado de moneditas en la alcancía, santigûabase y seguía su camino en dirección a la tienda. Al atravesar la calle de la Catedral, se detenía en la imagen que escuda sus puertas
traseras, y, frente a la hornacina del Cristo exangüe, se arrodillaba otra vez a suplicar con corazón de hidalgo. Los labios repetían los versos grabados en la piedra:

Tú que pasas, mírame',
cuenta si puedes mis llagas.
¡Ay!!, hijo, que' mal me pagas
la sangre que derrame'.

Instalado otra vez en el mesón de su tienda, misia Conchita, su mujer, le llevaba un tazón de chocolate con mucha espuma.

La vida de don Pedro no suponía otros contratiempos que la falta de clientela. Sin embargo, ¿que comerciante verdadero en esas largas esperas no medita un negocio para salir del cacho? En el fondo de la bodega tenía varias partidas de género de lanilla azul, blanco y encarnado, que importara de la Península para las fiestas de carnestolendas, y don Pedro esperaba el momento de sacarles mejor precio. Era necesario recuperar lo perdido, porque sin vender no se hacia Patria, y alli estaba esa preciosa
Mercadería que podría servir para la confección de la nueva bandera nacional. Leia, en un número atrasado de la Gaceta, que ya había “acuerdo en el Supremo Gobierno sobre un sello y pabellón especial que
abatía los leones y castillos de España”. Pero ¿cual iba a ser su diseño? Don Pedro andaba en busca de aquel secreto de Estado. Había un desconcierto en la confección de la bandera, pues cada vecino la hacia a
su gusto y modo en la distribución de los colores de las franjas, y en los cuarteles que mejor les acomodaban ponían el sol de mayo o la estrella de Chile.

Se recordaba que la bandera de la Patria Vieja, ideada por los Carrera, tenia tres franjas horizontales: azul, blanco y amarillo, y que la bandera, llamada de transición, que se enarboló después del triunfo de Chacabuco, cambio el color amarillo por el rojo.
“Así se hace Patria -meditaba don Pedro, restregándose las manos-. Ni una pieza de genero encarnado queda en la ciudad, por mas que se le busque con cabo de vela. Y, por lo que me dijo mi amigo Zenteno, este color va a predominar sobre el amarillo. ¡Como el pañuelo de la Panchita al bailar la zamba resbalosa!”

El año 1818 se juro al fin la nueva bandera nacional con fiestas en las que participaron los quince gremios de artesanos de la ciudad y la maestranza, compuestos de quinientos ochenta hombres, los que representaron
danzas y pantomimas, vestidos con variedad de formas, pero con uniformidad para guardar consonancia con el pabellón. Había gorros rojos, camisas blancas y pantalones de mezclilla azul, casi toda la existencia
de la tienda de don Pedro, realizada en pequeñas partidas.

AI año siguiente se le quiso dar mayor magnitud al aniversario de la gloriosa revolución de Chile, pero hubo que enfrentarse a un problema inesperado: la capital no tenia banderas, pues la penuria de las arcas fiscales había hecho imposible la importación de lanillas para su confección.

Las banderas del Estado no pasaban de seis, y con ellas andaban el Ejercito del Sur y los Libertadores del Perú. Se tuvo entonces que pedir prestadas a1 Gobernador de Valparaíso, por orden del Ministro de Guerra, dos banderas de las mejores que allí hubiera para que se enarbolasen con tiempo en la Plaza de Armas, y asegurar que serian devueltas el mismo día, después de la función.

Aquí fue donde empezó a actuar el ingenio de don Pedro Chacòn.

Algunos días pasados, antes que el sol saliese, abrió su tienda, sobre cuyo portón, donde estuvo el labrado escudo de piedra, coloco un asta de largas dimensiones. Y, cuando los rayos solares asomaban en los picachos andinos, hizo una gran bandera nacional, como no la tenia el Gobierno ni ningún ciudadano de los contornos. El pabellón, con la fuerte brisa mañanera, se despleg6 en airoso batir, y aparecieron laminados de
polvillo de oro el azul turquí, el lacre punzo de la China y el raso blanco de las novias.

La Bandera atrajo la curiosidad de los vecinos, quienes se apilaron, frente a la tienda, a contemplar aquel nuevo espécimen, donde brillaba una estrella de pura plata, como bordada con el hilo de los mantos de vírgenes.
Así, con el ir y venir de las gentes, empezó a cobrar vida y movimiento el comercio de la calle, protegido con el flamear constante del sagrado emblema. Nuevos propietarios de tiendas y pulperías se avecindaron en torno, tentados por la prosperidad del negocio de don Pedro, a quien su situación llevo a ocupar el cargo de diputado.

La superstición le hizo mantener por varios años, en su asta improvisada, la ya desteñida bandera del año 1819, y las damas favorecidas con la adquisición de las ricas telas, a1 ser interpeladas por el lugar de su procedencia, respondían: “La compré en la Bandera, hijita”. Y así, el nombre se extendió primero a las inmediaciones de la tienda y más tarde a toda la calle, que conserva desde esos años su apelativo de “calle de la Bandera”


Detalles y consulta histórica: del libro "Santiago Calles Viejas", por Sady Zañartu.

sábado, 20 de agosto de 2011

¿Què sucedio con los pocos Realistas que quedaron en Santiago posterior a la Batalla de Maipù?


Escasa es la información que se tiene sobre los pocos ciudadanos relistas que quedaron en nuestro territorio durante el período posterior a la Batalla de Maipú durante el gobierno de O’higgins.
Las siguientes cartas hablan del castigo aplicado a una de las mujeres españolas que permanecieron en nuestras tierras, la cual desconocía el nuevo gobierno que dirigía al  país.

Castigo a la realista Doña Josefa Landa.

Excmo. Señor:
Los repetidos insultos hechos por Josefa Landa a nuestro sistema me han obligado a escarmentarla para ejemplo de los demás. Ella, obcecada en su criminalidad, no cesaba un momento de vociferar expresiones públicamente que indicaban la odiosidad que profesa a nuestra causa. Toda la sagacidad no ha sido bastante para que desistiese de su tenaz empeño y para que sujetase su lengua mordaz. Acaso este castigo le contendrá.

El informe que acompaño a V.E. le dará una idea de todo lo acaecido y lo que me motivó a tomar esta medida.

Dios guarde a V.E. muchos años. San Felipe de
Aconcagua y marzo 27 de 1817.
Excmo. señor.

MARIANO PALACIOS




Excmo. Señor Director Supremo del Estado

ARCHIVO NACIONAL (M. Interior) Intendencia de Aconcagua (1811-26).





A

Es de necesidad. para los  efectos que convengan a favor de la causa, como igualmente para ejemplarizar a los muchos rebeldes que hay en este partido de mi mando, que no cesan de revolucionar y vertir expresiones enteramente contrarias a nuestra causa, se sirva V.S. dar orden a los señores oficiales que viven en la casa de la Josefa Landa, informen ambos por escrito exponiendo todas las expresiones que esta desconocida se dejó decir a ellos en obsequio de papeles que los dichos oficiales le han encontrado en su poder, los que V. S. me acaba de remitir.

Es necesario, señor, hacer ejemplares para aterrar a los godos, pues ya estoy cansado de sufrirles expresiones contrarias a nuestro sistema, para lo cual espero de V.S. se sirva mandar que mañana 25 del corriente, concluyan los oficiales su informe para determinar lo conveniente.

Dios guarde a V.S. muchos años más. San Felipe de Aconcagua y Marzo 24 de 1817.

MARIANO PALACIOS


Señor coronel del Regimiento de infantería num. 1º del Estado de Chile, don Juan de Dios Vial.


En el margen:
San Felipe de Aconcagua y marzo 24 de 1817.

El Teniente don Francisco Melo, y el de igual clase, don José María Calvo restarán los informes que exige el señor teniente Gobernador de esta, don Mariano Palacios, según su nota del día.
Vial.


En obedecimiento del superior decreto que antecede sobre que informemos las circunstancias con la Josefa Landa, debemos decir sobre el informe que se nos pide: que habiendo encontrado una papelera con diversos papeles, bandos y cartas de oficio, tomamos los bandos impresos y burlándonos de ellos fuimos reconvenidos por dicha señora, diciéndonos que de esos papeles no debíamos burlarnos de ellos pues luego terminarían nuestras glorias, a mas de otros insultos que hemos recibido, como son los siguientes: tratándonos de insurgentes al rey y su corona y sus mandones.
Es cuanto tenemos que informar en la materia. San Felipe de Aconcagua 25 de marzo de 1817.


Francisco Melo – José María Calvo


ARCHIVO  NACIONAL. (M. Interior) Intendencia de Aconcagua (1810-26).







B

San Felipe de Aconcagua y marzo 26 de 1817.

Visto el informe anterior y enterado por èl este juzgado de las operaciones de la desconocida Josefa Landa, como asimismo saber que diariamente no cesa de vertirse en perjuicio de nuestra sagrada causa con expresiones indecorosas y punzantes contra los restauradores y demás que propenden la libertad, lo que ejecuta sin embargo haber sido reconvenida por mí y por un efecto de conmiseración sobre su comportaciòn y sin embargo de esto consta del citado informe que habiéndose burlado los señores oficiales que se suscriben de unos bandos en presencia de dicha Landa, fueron reconvenidos por esta diciéndoles que de esos papeles no debían burlarse pues luego cesarían nuestras glorias; y que con otras varias expresiones indecorosas hasta de tratarlos de insurgentes los insultó a presencia de varios. No quieren escarmentar nuestros enemigos; ellos abusan de nuestras bondades. La voz del rey está pendiente de sus labios. No es bastante la sagacidad y medios suaves para que desistan de sus caprichos. Las quejas son repetidas, y ya no puedo desentenderme porque cada día toma más cuerpo; y para ejemplarizar a varias obstinadas, he tenido a bien que en la plaza pública queme por su mano todos los bandos y papeles públicos del tirano  Marcó para que sirviendo esto de ejemplo a las contumaces, se contengan en lo sucesivo.


Mariano Palacios

viernes, 19 de agosto de 2011

"Sucesos y Anécdotas de la Familia Carrera".


Manuel Camilo Vial y Formas (1804-1882), hijo de Agustín Vial Santelices, célebre estadista del gobierno del Presidente Bulnes, contrajo matrimonio en 1836 con la joven Luisa Carrera y Fontecilla, hija del general José Miguel Carrera y de doña Mercedes Fontecilla y Valdivieso. Hija menor de las de ese matrimonio, en el cual hubo cuatro mujeres. Rosa; casada con Ambrosio Aldunate Carvajal en 1833, Javiera; con Francisco Javier Valdés Aldunate, en 1935; Josefa, con José Ramón Lira Calvo, en 1841, y Luisa.

Un solo varón dio aquel matrimonio feliz en el amor, pero desgraciado en las vicisitudes de la vida del General, las que arrastraron a la esposa hasta los más duros sacrificios. Se llamó al varón; como al padre; José Miguel Carrera y Fontecilla (1821-1860), y fue casado con Emilia Pinto y Benavente. Fue hijo póstumo, nacido en Rosario durante las campañas del General. La naturaleza débil del caudillo de las revoluciones de 1851 y 1859, debíase a las penurias de la madre en los días del embarazo, cuando el hambre, los insomnios, intranquilidades, y sucesivas crisis nerviosas, destruyeron; por los sufrimientos físicos y morales; la entera naturaleza de la madre.

 Un año antes, en las peores condiciones de la salud de doña Mercedes, había nacido en 1820, doña Luisa. La fragilidad de su contextura, no anunciaba larga vida. La suya tan corta como fue, la llenó una debilidad que minó el organismo en plena juventud.
         Se unió a Manuel Camilo Vial a los dieciséis años, y la tuberculosis hizo presa de ella tan pronto como la madre dio sus frutos, muriendo al nacer uno de sus hijos. El mal se agravó en 1838, debiendo buscar clima favorable en Lima. Falleció en las alturas de San Juan de Matucana en septiembre de 1839. Altiva, imperiosa, vehemente como su padre, de una extraordinaria hermosura y distinción, conservaba muy vivo el recuerdo de su padre, engrandecido por las glorias de su fama al haber contribuido con la emancipación de Chile en forma decisiva.

 La tragedia final de su vida, de la cual ella había sido victima, encendía sus odios y pasiones.
 "Una antigua tradición familiar"- escribe Raúl Díaz Vial- recuerda que el General don Bernardo O’higgins, que se encontraba desterrado en el Perú, concurrió al domicilio del señor Vial a visitarle, cortesía relacionada talvez con la misión (diplomática), que llevaba al señor Vial, o motivada simplemente por saludar al hijo de su antiguo amigo y Ministro de Hacienda, don Agustín Vial Santelices, prohombre de la Independencia de Chile.
        Es posible que el general O’higgins ignorara, por su ausencia de tantos años del territorio nacional, que don Manuel Camilo Vial estaba casado con una hija de su antiguo rival y enemigo personal y político, el General José Miguel Carrera.
 Cuenta pues esa misma tradición, que al ser enunciado el General O’higgins y hallarse luego en presencia de doña Luisa Carrera de Vial, prorrumpió esta señora en violenta imprecación en contra del general O'higgins, acusándolo de ser responsable de la muerte de su padre" (1)
      Pero el general reaccionó de manera muy distinta cuando supo la noticia del fallecimiento de doña Luisa. "Ojala hubiera vivido la señora Doña Luisa, que no dudo la tenga el Supremo Ser de las misericordias en aquella sociedad inmortal, entre sus escogidos, en eterno descanso"- le escribía O'higgins al General Prieto; presidente de Chile, desde Lima el 03 de Octubre de 1839- para haber dado pruebas evidentes que no hay en mi corazón cosa alguna que lo agite, sino puros deseos de paz y prosperidad en favor de su familia; pues pruebas evidentes se han dado al mundo que Chile ni yo tuvimos parte alguna en el desgraciado suceso de su finado padre don José Miguel Carrera, a quien, ni hermanos, mi gobierno proscribió, ni nada dijo en contra de sus clases militares; ante por el contrario, les propuse por medio del Director Pueyrredón, el pago de sus sueldos íntegros anualmente, como se verá en los libros copiadores de Relaciones Exteriores" (2)¿?¿?¿?¿?¿¿?¿

     Seis años antes del fallecimiento de doña Luisa, las pasiones de los Carrerinos y O'higginistas habíanse desatado estruendosamente cuando el hermano de Manuel Rodríguez, el pipiolo Carlos Rodríguez, en 1833, en Lima había acusado al General O'higgins de atroces crímenes a través de el Alcance al Mercurio Peruano y, en seguida, en la célebre Carta a los editores de El Mercurio de Valparaíso. Tales publicaciones motivaron la resolución del General a ocurrir a salvar su honor de hombre y magistrado ante un jurado de imprenta, defendiéndole el abogado peruano Juan Ascencio, publicando en Lima un folleto bajo el nombre de: Acusación pronunciada ante el Tribunal de Jurados de Lima por el Doctor Juan Ascencio contra "El Alcance al Mercurio Peruano", publicado por Don Carlos Rodríguez y denunciado por el Gran Mariscal del Perú Don Bernardo O’higgins, Lima, 1833.

Conocido esto en Chile; en cuya redacción había intervenido un escritor español; José Joaquín de Mora; se desató una polémica contra O'higgins, fustigándole como hombre, militar y gobernante. En esta campaña de prensa destacaron importantes personalidades del bando Carrerino, como don Diego José Benavente, ayudante de Carrera en sus primeras campañas de la independencia, su amigo y confidente en el exilio, casado con su viuda, doña Mercedes Fontecilla y en ese momento senador y ex Ministro de Estado. Por su parte José Santiago Luco; victima de la dictadura de O'higgins, maltrató también al gobernante.
Pero fue el periodista y escritor don Manuel José Gandarillas, quien sostenido por documentos hábilmente seleccionados produjeron un efecto despreciable por el personaje, desde las columnas del diario oficial EL ARAUCANO del cual era su redactor político, escribió una serie de artículos con el titulo DON BERNARDO O'HIGGINS. APUNTES HISTÔRICOS SOBRE LA REVOLUCIÒN DE CHILE.

Estos escritos circularon profusamente en la sociedad santiaguina, enteramente parcializada en favor de los Carrera, dirigida por la brillante y altanera Doña Javiera Carrera.

Los hijos del General Carrera se nutrieron de esa literatura y se convencieron de que O’higgins y San Martín habían exterminado a los hermanos Carrera, inmolándolos sin compasión en Mendoza.

Doña Luisa, que conoció las miserias terribles del destierro y la vida infame sufrida por su madre y por ella en los cuarteles de las montoneras, creía de buena fe que O`Higgins, arteramente, había contribuido al asesinato de su padre.


(1)   Raúl Díaz Vial. EL LINAJE DE VIAL. Sucesión y vinculaciones. Selecciones Graficas. Madrid.  1960, Pág. 1114,
(2)   Benjamin  Vicuña Mackenna, Obras Completas, Vol. V,  VIDA DE O’HIGGINS. La Corona del Héroe. Universidad de Chile 1936, Pág. 27.

Esta artìculo; hace unos años atràs lo publiquè primero para el grupo de Facebook  HERMANOS CARRERINOS; cuando me encontraba estudiando parte de la Colecciòn LA HISTORIOGRAFÎA DE LA PATRIA VIEJA, del libro, Procesos JUDICIALES Y POLÎTICOS INSTAURADOS A LOS HERMANOS DON JOSE MIGUEL; DON JUAN JOSE Y DON LUIS CARRERA Y OTROS SEGUIDOS A LOS MIEMBROS DE ESTA FAMILIA Y SUS PARCIALES 1804-1817; del afamado Guillermo Feliu Cruz.

jueves, 18 de agosto de 2011

La Antigüa "Calle del Rey" hoy conocida como "Calle Estado".


¿Quien no ha pasado por la calle de ESTADO, y se ha percatado que al entrar por la Alameda de Las Delicias, como se le llamaba en la época del gobierno de O’higgins; en la aún existente Galería del Rey? Sí, esta galería lleva el antiguo nombre de la calle ESTADO.

La historia cuenta que en la primavera del 08 de Septiembre de 1609 se realizó una procesión que salió desde la Iglesia de San Francisco formada por una comitiva en donde se distinguía al alguacil mayor; acompañado de cuatro altos personajes; titulados "Oidores"; quienes llevaban el preciado SELLO DEL REY. La multitud comentaba que el mismísimo Rey de España; por obra y gracia de Dios; habíase metido en la cajita de oro para ver mejor lo que hacían sus súbditos en este apartado reino, lo cual tenía muy impaciente a la indiada de nuestra tierra.

Encabezaba el desfile; abierto en orden de guerra; un caballo overo, enjaezado con gualdrapas y guarniciones de terciopelo negro. A la diestra, dos oidores que llevaban hinchados de orgullo pelucas de alto copete. En la silla, sobre un cojín carmesí; venía la cajita del SELLO REAL, cubierta con una banda de tafetán rosado, guarnecida de plata.
Los flecos de ambos lados, los asían el oidor Merlo de la Fuente con el Gobernador quien, además, llevaba colgada al cuello la llave del sagrado cofre.
Dicen que la muchedumbre recibía con gran regocijo al "Rey" echándose al suelo como si fuera el mismo Dios.
Tras el caballo seguía el estandarte de la ciudad de Santiago con el blasón de sus armas, el Obispo, los Cabildos, clerecía y caballeros del reino, rodeados de pajes y alabarderos.
Cerraban la procesión dos compañías de infantería y tres de caballería, armadas de alabardas y picas, tocando cajas, trompetas y pìfanos.

La procesión dio una vuelta por la Plaza de Armas y la tropa de caballería tomó posición en las cuatro esquinas. La infantería formó una calle ancha por la cual pasó la comitiva en dirección a las Casas Reales (Palacio del Gobernador; hoy Museo de Santiago y La Real Audiencia, hoy la Municipalidad de Santiago).Por los disparos de los arcabuces el pueblo supo que se abría la caja con el Sello del Rey.
            Así nació el nombre de la calle, en septiembre, cuando el verde crecía y las flores abrían. La indiada siguió creyendo en el mito del cofre misterioso, que los años posteriores fueron confirmando con la entrada que por esa calle hacían los presidentes que venían a gobernar el reino. La "Calle del Rey" vinculó a Chile con la potestad española. El recuerdo del sello continuó perdurando hasta el día en que Don Francisco de la Lastra, por decreto del 20 de Enero de 1825, la transformó en el símbolo "Del Estado" de Chile.


Fuente bibliográfica SANTIAGO CALLES VIEJAS, de Sady Zañartu

miércoles, 17 de agosto de 2011

La Antigüa Calle "El Galàn de la Burra" hoy conocida como "Erasmo Escala".



Por alla en los años posteriores a la fundación de Santiago del Nuevo Extremo, existia un mancebo de nombre Casimiro, el cual en las artes del amor no habia tenido muy buena suerte. Pero no tardó en verse correspondido por una de las doncellas mas hermosas de la Cañada de Saravia, con la cual habia conceguido una cita nocturna gracias a un vieja criada que le hizo papel de celestina.

En aquella noche la luna estaba en creciente, dicidido Casimiro bajaba por San Lázaro, muy atento a la soledad que presentaban los campos cercanos que antiguamente tenía Santiago. Ya llegado a la calle del Nogal, y escuchando un remoto ladrido de perros se entregó a la espera de la bella doncella. Para ese entonces los habitantes de Santiago eran bastante supersticiosos, y se corria la voz de que el diablo se aparecía por las calles de Santiago, para Casimiro el paisaje no era muy tranquilizador pues a lo largo de las tapias, la interminable y fantástica fila de cachos que sobre sus bardas colocaban los dueños de los corrales era un espectáculo característico en los aledaños al Matadero de San Miguel, junto con el estiércol de los vacunos en la calle y los cueros clavados en las murallas para ahuyentar la mala suerte.

Tal era el miedo de Casimiro que se dio a caminar a tropezones tras cerrar los ojos. Llegado a la muralla derruida junto al cequión donde se habia dado cita, la noche; profunda; invitaba a esas noches de amor a las que se daban cita los jovenes de aquella época. Solo el ruido de unas hojas que caían y unos pasos que se acercaban le sacó de sus pensamientos. Con los ojos cerrados esperó a que ella se acercara, ese ángel que sola y sin guardia alguno venía hacia él, sentía tras si el aliento de la mujer que se acercaba. Sin agüantar mas, le tomó y apretó por el cuello, cuya suave figura se transformaba en el aspero cuello de una borrica cabezona que se habia acercado a pastar por esos lares, como el hecho pertenece a un siglo malicioso y picarezco; en vez de referirse como a un escándalo; se creyó prudente no ahondar en el asunto y perpetuar el equívoco burlón con el eufemismo del "Galan de la Burra".
Contaban malas lengüas que fueron tales las bromas y burlas al pobre Casimiro que tuvo que tomar una carreta y partir hacia el Perú donde nadie le conociese por tal equívoco.

Fuente bibliográfica SANTIAGO CALLES VIEJAS, de Sady Zañartu.

martes, 16 de agosto de 2011

PINTURA CHILENA: Hoy A. Rieder: "Vista del Monasterio Carmen Alto de San José y Cerro Santa Lucía" (1873)

 
A. Rieder: "Vista del Monasterio Carmen Alto de San José y Cerro Santa Lucía" (1873)

Se pensaba que esta vista del Monasterio Carmen Alto de San José y Cerro Santa Lucía (1873) era de autor anónimo, pero tras la limpieza se descubrió una firma: A. Rieder.

Así lo comprobó un grupo de profesionales tras finalizar las labores de restauración, conservación y estudio de diez cuadros del Museo del Carmen de Maipú. Siete de ellos retratan a connotados próceres, entre estos Manuel de Salas, Paula Jaraquemada y Mateo de Toro y Zambrano. Se suman una imagen de Santiago en el siglo XIX, un tema costumbrista y un cuadro simbólico religioso.