En 29 de Julio de 1811.
Llegué a Valparaíso en el navío de S.M.B. el Estandarte a las órdenes del comandante don Carlos Helphistoni Fleming. Desembarque a las oraciones de aquel día y me presente al Gobernador don Juan Mackenna, quien me recibió con toda urbanidad y cariño. Me llamó a su cuarto a dormir y sigilosamente me pregunto por el Estado de España y por el motivo que ocasionaba la venida de un Navío de Guerra Ingles. Le pinté el Estado de la Nación en el lamentable en que se vio en aquella época, y le persuadí de la confianza que debía tener el honorable Fleming que solo venia a Lima por caudales. Le manifesté al mismo tiempo que el teniente del resguardo don Juan Prieto nos había pintado a Chile en una completa anarquía, inclinándome a creer que mi padre defendía la causa del Rey, por lo que estaba expuesto a los insultos de los revolucionarios. Me aseguró todo lo contrario, comprobándolo con los destinos que ocupaban mis dos hermanos en las tropas veteranas. Don Juan José Sargento Mayor de Granaderos y Don Luis Capitán de la brigada de Artillería de Santiago.
En seguida le impuse a un español Aguirre que acompañaba a Fleming, de un choque ruidoso - que había tenido a bordo conmigo, y de lo perjudicial- seria en tierra él, y el Oidor Caspe, que lo fue en Buenos Aires y venia destinado a Chile.
A las 12 de aquella noche partía para Santiago y llegue a las 11 de la noche del día siguiente en compañía de don Ramón Errázuriz, con quien vine en el mismo buque desde Cádiz. Aquella noche, después de los primeros agasajos de mi familia me retire a dormir en compañía de mi hermano Juan José, quien de algún modo me impuso la situación de mi país. Me dijo que llegaba en los momentos de una revolución que se ejecutaría a las 10 de la mañana del día 28. Era dirigida a quitar a algunos individuos del congreso, al Comandante de Artillería Reina y no me acuerdo que otra cosa más. Los que dirigían la obra eran Rozas, Larraines unidos a Álvarez Jont Me pareció que la obra encerraba mucha ambición y proyectos perjudiciales a la causa, y a mis hermanos que eran ejecutores.
Le supliqué que retardase aquel paso hasta mi vuela de Valparaíso, adonde tenía precisión de volver para que Fleming viniese a conocer la capital. Me ofreció a hacerlo así y lo cumplió a pesar que en la mañana se presentaron muchos de los convidados al efecto. Bien conocido el Congreso el paso que se fraguaba y el presidente don Manuel Cotapos, mandó seguir un sumario para la averiguación de los cómplices. Verifiqué mi viaje a Valparaíso a los 3 días, y a pesar de que llevé carruajes, y todo lo necesario para que Fleming hiciere un camino cómodo, no quiso ir a causa de las sugestiones de Aguirre que le persuadió no debía recibir los obsequios de un pueblo que no reconocía a Fernando y su regencia.
En el concepto de aquel maldito Godo no había reconocimiento por que se había castigado justamente al traidor Figueroa, hombre desconocido que en sus desgracias, cuando lo perseguían de la corte por sus crímenes y necesito del traje de padre barbòn para escapar , no tuvo otro asilo que Chile; mereció de todos sus habitantes la compasión y toda la hospitalidad, y después de innumerables beneficios, le había agraciado el nuevo gobierno con la comandancia del Batallón de Infantería de Concepción, fue ignorancia del Gobierno poner en manos tan poco seguras la principal fuerza que entonces tenia Chile, pero mayor fue su barbaridad, cuando se determino a derramar la sangre de los mejores vecinos de Santiago, no por su Rey y sí por su engrandecimiento: el se creyó Presidente si lograba el Golpe. Poco fue el castigo que recibió.
Fleming me aconsejaba que fuese con el a Lima, que no me comprometiera, ni tomase la menor parte en la revolución. Yo le contestaba del modo más prudente que podía, quería conservar la amistad de un hombre a quien tenía inclinación y debía favores, sin embargo nada le prometí que perjudicase mi honor y patriotismo. Siguió su viaje a Lima, y quedó en que a su vuelta iría a Santiago, y que había de resolverme a volverme a España; de todo era sabedor Juan Mackenna con el que había entablado una amistad bastante intimada...
Llegué a Valparaíso en el navío de S.M.B. el Estandarte a las órdenes del comandante don Carlos Helphistoni Fleming. Desembarque a las oraciones de aquel día y me presente al Gobernador don Juan Mackenna, quien me recibió con toda urbanidad y cariño. Me llamó a su cuarto a dormir y sigilosamente me pregunto por el Estado de España y por el motivo que ocasionaba la venida de un Navío de Guerra Ingles. Le pinté el Estado de la Nación en el lamentable en que se vio en aquella época, y le persuadí de la confianza que debía tener el honorable Fleming que solo venia a Lima por caudales. Le manifesté al mismo tiempo que el teniente del resguardo don Juan Prieto nos había pintado a Chile en una completa anarquía, inclinándome a creer que mi padre defendía la causa del Rey, por lo que estaba expuesto a los insultos de los revolucionarios. Me aseguró todo lo contrario, comprobándolo con los destinos que ocupaban mis dos hermanos en las tropas veteranas. Don Juan José Sargento Mayor de Granaderos y Don Luis Capitán de la brigada de Artillería de Santiago.
En seguida le impuse a un español Aguirre que acompañaba a Fleming, de un choque ruidoso - que había tenido a bordo conmigo, y de lo perjudicial- seria en tierra él, y el Oidor Caspe, que lo fue en Buenos Aires y venia destinado a Chile.
A las 12 de aquella noche partía para Santiago y llegue a las 11 de la noche del día siguiente en compañía de don Ramón Errázuriz, con quien vine en el mismo buque desde Cádiz. Aquella noche, después de los primeros agasajos de mi familia me retire a dormir en compañía de mi hermano Juan José, quien de algún modo me impuso la situación de mi país. Me dijo que llegaba en los momentos de una revolución que se ejecutaría a las 10 de la mañana del día 28. Era dirigida a quitar a algunos individuos del congreso, al Comandante de Artillería Reina y no me acuerdo que otra cosa más. Los que dirigían la obra eran Rozas, Larraines unidos a Álvarez Jont Me pareció que la obra encerraba mucha ambición y proyectos perjudiciales a la causa, y a mis hermanos que eran ejecutores.
Le supliqué que retardase aquel paso hasta mi vuela de Valparaíso, adonde tenía precisión de volver para que Fleming viniese a conocer la capital. Me ofreció a hacerlo así y lo cumplió a pesar que en la mañana se presentaron muchos de los convidados al efecto. Bien conocido el Congreso el paso que se fraguaba y el presidente don Manuel Cotapos, mandó seguir un sumario para la averiguación de los cómplices. Verifiqué mi viaje a Valparaíso a los 3 días, y a pesar de que llevé carruajes, y todo lo necesario para que Fleming hiciere un camino cómodo, no quiso ir a causa de las sugestiones de Aguirre que le persuadió no debía recibir los obsequios de un pueblo que no reconocía a Fernando y su regencia.
En el concepto de aquel maldito Godo no había reconocimiento por que se había castigado justamente al traidor Figueroa, hombre desconocido que en sus desgracias, cuando lo perseguían de la corte por sus crímenes y necesito del traje de padre barbòn para escapar , no tuvo otro asilo que Chile; mereció de todos sus habitantes la compasión y toda la hospitalidad, y después de innumerables beneficios, le había agraciado el nuevo gobierno con la comandancia del Batallón de Infantería de Concepción, fue ignorancia del Gobierno poner en manos tan poco seguras la principal fuerza que entonces tenia Chile, pero mayor fue su barbaridad, cuando se determino a derramar la sangre de los mejores vecinos de Santiago, no por su Rey y sí por su engrandecimiento: el se creyó Presidente si lograba el Golpe. Poco fue el castigo que recibió.
Fleming me aconsejaba que fuese con el a Lima, que no me comprometiera, ni tomase la menor parte en la revolución. Yo le contestaba del modo más prudente que podía, quería conservar la amistad de un hombre a quien tenía inclinación y debía favores, sin embargo nada le prometí que perjudicase mi honor y patriotismo. Siguió su viaje a Lima, y quedó en que a su vuelta iría a Santiago, y que había de resolverme a volverme a España; de todo era sabedor Juan Mackenna con el que había entablado una amistad bastante intimada...